El equipo: Miguel Bañón, guitarra y voz; Carlos Campoy, conducción y teclado; Román García, conducción, bajo y coros; Pedrín Sánchez, batería y coros; Rafa Gómez, organización y vídeo.
Nos juntamos Miguel y yo en el ensayo, cargamos el coche y volvemos a mi casa. Se me ha olvidado el equipaje. Salimos por fin, con un poco de retraso, y vamos oyendo los últimos discos de Jeff Lynne y de Paul McCartney. Lo que viene siendo música moderna antigua.
Por el camino, cerca de Alcoy, nos ponemos en contacto con la otra expedición, la de Carlos, Pedrín y Rafa, que había salido también con un poco de retraso, por culpa del atasco del Black Friday y los centros comerciales.
—Vamos delante un poco por el túnel.
—¿Cómo se puede ir un poco por un túnel?
—Es verdad. O se va o no.
—Nosotros acabamos de salir del túnel. Pero lo hemos cogido por el hueco.
—Sí, es mejor.
Finalmente conseguimos llegar todos a L’Olleria, en Valencia, y encontrar el restaurante donde tocamos, Casa Manolo, donde nos esperaba el propio Manolo. Empezamos a descargar y a montar el equipo y mientras tanto comenzamos a atar cabos y a tratar de remontarnos a las últimas veces que anduvimos por aquí.
En concreto, habíamos tocado ya en L’Olleria otras tres veces, pero entre 1993 y 1994, es decir, hace veintidos años. Las dos primeras veces fue en el Vatikano y la última en La Real. Mis recuerdos de aquellos días son muy difusos, pero desde siempre me había quedado con la idea de que en L’Olleria se lo pasaba uno muy bien.
Mi principal recuerdo de nuestro primer concierto en L’Olleria es pasar el día de aquí para allá por todo el pueblo con Mariano Tejera, nuestro manager de aquellos tiempos, y dos amigos de allí que eran los que nos habían contratado. Es un recuerdo muy tonto, pero lo tengo grabado en la memoria: esa mañana uno de ellos había ido a la óptica a hacerse unas gafas nuevas, pero se las habían hecho pequeñas y no le llegaba bien la pata a la oreja. Esto se lo contó al otro en valenciano, y luego nos lo explicó a nosotros en español. La cosa es que durante todo el día, cada vez que se encontraba con algún conocido, acababan hablando siempre de lo de las gafas, de forma que Mariano y yo acabamos aprendiendo una de nuestras primeras lecciones de valenciano. La historia de aquél de L’Olleria al que no le llegaban las ulleres a las urelles.
Manolo nos cuenta que en aquellos tiempos él ya tenía su bar y a veces se iba a poner música al Vatikano, así que también pasó algunos buenos ratos con nosotros. Seguramente fue en su bar donde escuché la historia de las gafas en alguna de las ocasiones. Me acuerdo de una mesa con diez o doce personas, todas hablando en valenciano, hasta que alguno de ellos pensó en nosotros y dijo: «Vamos a hablar en castellano, que estos dos no se están enterando de nada», pero Mariano y yo dijimos que no se preocuparan, que a estas alturas ya nos sabíamos la historia y les entendíamos perfectamente.
Volviendo al presente, con ayuda de un muchacho muy amable que se encarga del equipo (y cuyo nombre he olvidado, siguiendo mi mala costumbre), Miguel consigue que aquello suene, más o menos. Casa Manolo es un restaurante y la entrada del concierto incluye la cena. Es decir, delante del escenario hay preparadas unas cuantas mesas con manteles y cubiertos, y la idea es que empecemos a tocar cuando vayan por los cafés. Va a ser raro, pero bueno, en fin, ya veremos.
Nos vamos al hotel, que está al ladito, y nos distribuimos por las habitaciones teniendo en cuenta el factor ronquido, aunque nunca llueve a gusto de todos. Una vez instalados, nos bajamos de nuevo a Casa Manolo a cenar en un reservado mientras los asistentes cenan también en sus mesas reservadas. Esther, la camarera, nos trae los cafés y los licores, y aprovechamos ese momento relajado para grabar un saludo para Ángel H. Sopena, cuyo programa de radio en Onda Regional de Murcia, Música de contrabando, cumple 25 años. Hacemos un guión previo (inspirado por un chiste de romanos que sabemos que le gusta mucho a Ángel), Carlos dirige la acción y Rafa graba el vídeo con su teléfono móvil. Pero luego no hay forma de subirlo a la red, por falta de batería, de cobertura, de aplicación apropiada, o por todo a la vez. Mañana lo mandamos.
Llega el momento del concierto y subimos al escenario. Allí están todos. Tomándo café y de conversación. Bueno, lo que sea, será. Allá vamos.
Al principio todos miraban desde sus mesas y parecían a gusto, pero a eso de la tercera o cuarta canción, una chica se levantó y empezó a bailar, lo que animó a otra, y poco a poco fueron casi todos levantándose de las mesas para ponerse a bailar o aunque sea a mover la cabeza al rtimo de la música. Nos dimos cuenta de que muchos se conocían las canciones antiguas, e incluso había quien se las conocía todas, incluso las del último disco.
El repertorio: «Para decir adiós», «A Hawái», «El misterio de tu amor», «Yo no soy Supermán», «Francesca Salazari», «La memoria del extranjero», «Mi amor es para Luci», enlazada con «Shangri-La», «El hombre del melón», en la que hemos retocado un poco el final, para que suene más operístico (bufo), «Cruzando las galaxias», «Mi gato se llama Persona», «Historias sin principio ni final», «Atrapado», «El baile», para la que hemos cambiado un poco los coros, «Saluda al tren», «No soy yo», y la novedad en el repertorio, «Park Avenue Beat», el tema principal de la serie de televisión Perry Mason, compuesto por Fred Steiner en 1957, y que hoy nos sirve de introducción a la última canción del concierto, «Voy loco mama».
A estas alturas ya estaba todo el mundo levantado y los bises se hicieron inevitables: «El final», «Strong Love» (la versión de la versión de Spencer Davis Group), y «Evita hacerlo». Y se acabó.
Nos refrescamos un poco y salimos a charlar con la gente. Resulta que la gran mayoría de estos señores eran los mismos que venían a vernos hace más de veinte años, y muchos no sabían que seguíamos existiendo. Tuve ocasión de hablar un rato sobre sus colecciones con el que nos llevó a tocar a La Real en 1994 (¡ya me he olvidado de su nombre!); charlé con Manolo y unos amigos suyos de Valencia sobre Caballero Reynaldo y Señor Mostaza y sus diferentes conexiones (una era amiga del colegio de uno de sus miembros y la otra prima de otro, pero nunca habían hablado de eso entre ellas); también estuvimos hablando con Vicente, el que llevaba el Vatikano y que terminé reconociendo, y con su amigo, otro Manolo, que fue el que nos hizo las gorras del Club Marañón que vendíamos durante el Tour Agarrao. De hecho, tengo fundadas sospechas de que este último Manolo era precisamente el que había ido a la óptica hace veintitrés años. Por supuesto, él no recordaba nada de eso.
También volví a reencontrar a una pareja de amigos de Gandía que fueron testigos del concierto en el campo de fútbol de Guardamar en 2010, el día que nos hicimos la foto del cartel del salto. En realidad ellos fueron casi los únicos testigos de aquel concierto. También estuvieron en el concierto de la gira Peluca & Bigote en el Wah-Wah de Valencia en 2011, y creo que en alguno más. Están acostumbrados a vernos en entornos peculiares.
A eso de las cinco de la mañana algunos empezamos a pensar en irnos a dormir. Sobre todo porque al día siguiente algunos teníamos que conducir y además algunos (los mismos) teníamos que estar en Murcia a una hora concreta, así que, por muy bien que lo estuviéramos pasando, aquello tenía que terminar. Espero que no tardemos otros veinte años en volver por aquí.